Cúneo asegura que Zela y Neyra compró el cargo de Fundidor y Balanzario de Caylloma en 1773, mientras Seiner lo fija en 1771 y Gálvez, al parecer, con el propósito de acortar los años “desconocidos”, lo retrotrae a antes de 1770, año que supone erróneamente se trasladó al pueblo de Caylloma.
Gálvez supuso, erróneamente, que fue la posición social y económica de su esposa lo que “le proporcionó los medios de obtener el citado cargo, comprándolo a su anterior poseedor o a sus herederos, a fin de dedicar su actividad a esa ocupación para la que tenía los conocimientos necesarios, y para ejercerlo”. Entonces no se conocía el testamento de don Alberto, donde menciona que él había “introducido en la sociedad marital la cantidad de cuatro mil pesos, no habiendo aportado su esposa sino su decencia mujeril”.
Según Cúneo, el “gallego” adquirió el cargo en el asiento mineral de Caylloma” empleando el fruto de sus economías. Tal función consistía en pesar los metales recibidos y depositarlos en el reverbero para que, al fundirlos, alcanzasen la ley esperada, de pesarlos nuevamente y sellar los lingotes y registrarlos contablemente. Seiner Lizárraga aporta un importante dato, hasta ahora desconocido, respecto a que don Alberto de Zela, antes “de partir a hacerse cargo de su puesto dejó un testamento ante el notario Francisco Luque, de Lima”.
Zela permaneció en Caylloma, al parecer, por cinco años, soportando la decadencia del mineral, “la destemplanza del clima y la escasez de los artículos de subsistencia” hasta que se enteró de las gestiones que se hacían en Tacna para el establecimiento de una fundición o callana.
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