lunes, 19 de julio de 2010

ZELA EN 1793 ¿ENAMORADO OBSESIVO, LIMEÑO ARROGANTE O LIBERTADOR EN CIERNES?

Las personalidades se burilan con el tiempo, con los hechos vividos. Francisco Antonio de Zela y Arizaga, un criollo limeño avecinado en Tacna, fue haciéndose patriota y prócer con los hechos, con las circunstancias, que le tocó vivir. ¿Zela tuvo como un rasgo de su personalidad la rebeldía? ¿Fue impulsivo, apasionado o vehemente? Efectivamente, existen hechos que retratan su proceder juvenil.

Se trata de una querella entre Francisco Antonio de Zela y el Alcalde Ordinario de Tacna don Pedro Pablo Gil de Herrera que, según fuentes consultadas por Seiner, no ocurrió “en 1793 sino en 1791”. Efectivamente Eguiguren, ubicó en el “Libro del acuerdo y Ordenanzas de la Real Sala del Crimen de la Audiencia de Lima”, que comienza el 1º de enero de 1791, un asiento, del 6 de agosto, donde se registra que, en dicho día, hubo acuerdo ordinario, y se despachó la causa remitida por el Alcalde Ordinario de Tacna contra Francisco Antonio de Zela sobre desacatos a la Real Justicia”. Expresa Eguiguren, que “ya en 1791, el prócer Zela demostraba su inquietud y su carácter” destacando el referido hecho como precursor de las convicciones libertarias de Zela “diez y nueve años antes del grito fervoroso que, por la independencia del Perú, dio Tacna” en 1811. Nada más se conoce, al respecto, de este primer proceso judicial.

Más certero y minucioso es lo que se supone fue un segundo incidente, que, según Gálvez y Seiner, corresponde sólo a lo que se registró como primero. Resulta que, previo al primer viaje que debía hacer Francisco Antonio a Lima, y a antes de la muerte de su padre, ocurrió un incidente en el que Zela fue principal protagonista.

A pesar de la prohibición, Zela recorría las calles desafiando la autoridad del alcalde Gil de Herrera.


En 1905, Aníbal Gálvez, en una tradición titulada “Una Partida Interesante: Crónica tacneña 1793”, interpretó un comentado hecho ocurrido en Tacna desde el 7 de marzo del año 1793, como puntualiza el tradicionalista, tratando un juicio que siguió en Tacna, su Alcalde Ordinario, don Pedro Pablo Gil de Herrera, contra don Francisco Antonio de Zela, ensayador, fundidor y balanzario de sus Reales Cajas. El émulo de Palma le atribuyó un móvil romántico. Exponiendo con el clásico estilo de las “Tradiciones Peruanas”, narra que decían “las malas lenguas y yo lo repito, sin garantizarlo, que entre el Alcalde y el Balanzario había unas faldas, llevadas por una hermosa hija de San Marcos de Arica, la que halagaba con sus miradas al de Zela y enloquecía con sus desdenes al de Gil de Herrera. Agregaban, que de allí nació una enemistad entre ambos”. En 1911, el mismo Gálvez en su libro “Zela”, expuso el asunto con más rigor y formalidad. Esta información tan interesante, cuya fuente no indicó Aníbal Gálvez, corresponde, efectivamente, a un juicio criminal, que era como entonces se denominaba a los juicios penales, atendido, en primera instancia, por el Subdelegado y llevado en apelación, primero, a la Intendencia de Arequipa y, finalmente, hasta la Audiencia de Lima, donde se sentenció y archivó.

Tuvimos la suerte de localizar, en la Sección Real Audiencia del Archivo General de la Nación, en Lima, el expediente que conoció y aprovechó Gálvez para escribir la tradición, lo que permitirá contrastar el documento oficial con la versión novelesca tratada tan amenamente por Gálvez.

Don Francisco Antonio, quizás, dejándose llevar por su juvenil y limeña arrogancia, había violado una norma expedida por el Corregidor Ordóñez cuando la gran revolución de Túpac Amaru amenazaba amagar esos territorios durante la gestión. Esta orden estaba referida a la prohibición de transitar por el pueblo después de las “nueve de la noche en que sale la retreta ( debiendo los vecinos) recogerse y dejar en silencio el pueblo”.

La tradición por su parte dice que “a las diez y media de la noche del 7 de marzo de 1793, un caballero embozado se retiraba precipitadamente de la ventana de una casa o de una romántica conversación junto a una reja de la ventana de una de las casas de Tacna”, cuando, “al escuchar el ruido de las pisadas de la ronda” se caló el chambergo y se alejó raudamente. Los alguaciles capitaneados por el Alcalde “apresuraron la marcha y pronto alcanzaron al nocturno galanteador” descubriendo que se trataba, nada menos, que del joven Zela. Aunque el documento oficia no refiere que Gil estuviese a la cabeza del cuerpo armado, la tradición imagina que sí agregando, de su cosecha, el irónico diálogo. ¡Hola: señor don Francisco! ¿Y que hace a tales horas por estos barrios? Preguntó el jefe de la partida “que era el Alcalde en persona”. “-ya lo ve, su merced; voy tranquilamente a mi casa-, contestó Zela” Gil de Herrera, entonces, extralimitándose, ordenó “Pues en marcha y prontito. Si su merced, reincide en andar por estos barrios a deshoras de la noche, me veré obligado a castigarlo severamente”. “Vaya despacio, señor Alcalde, y ningún alcalde ordinario como su merced, puede ser mi juez legítimo”. El expediente registra un diálogo fue breve y preciso, cuando “siendo preguntado Zela por Gil del destino que llevaba, le (respondió) -que el de recogerse a dormir”- y punto”. Este primer incidente concluyó cuando el flamante Balanzario, a pesar de su juventud, reclamó por el respeto a sus fueros reconviniendo a Gil que “en cuenta tenga que gozo de fuero, y por lo tanto, ningún alcalde ordinario, como su merced, puede ser mi juez legítimo”. Gálvez concluye novelezcamente el incidente narrando que Gil de Herrera mordiéndose “los labios aguantó el alfilerazo, con la esperanza de devolverlo a su tiempo. Pero don Francisco no se quedó allí ¡Qué iba a quedarse!

Al día siguiente, 8 de marzo de 1793, Zela acudió donde el “Subdelegado de aquel Partido ofreciendo información de este atropellamiento”, apelando a unos privilegios que se habían concedido, en 1767, a los empleados de la Real Caja de Pasco, a rogativa de uno de ellos, don Andrés Barrientos.

A los pocos días “su apoderado en Arequipa se presentó al Intendente don Antonio Álvarez y Ximénez” y éste, como era lo usual los remitió a su asesor al Promotor Fiscal, que a la sazón era el doctor Zuzunaga. El primer apoderado de Zela, que según poder otorgado en Tacna el 19 de octubre de 1792 era, don Francisco Salguero interpretó la contestación de Zela como “juiciosa respuesta que antes de satisfacer como debía a dicho señor Alcalde, sólo sirvió para que este Señor abocándose jurisdicción que no tiene le intimase a mi parte una severa reprehensión conminatoria y envuelta en términos disonantes a la moderación y arreglada conducta”. Del segundo apoderado, que era “don Isidro Alcázar”, no se conoce ningún trámite significativo. Uno y otro apoderado eran vecinos de Arequipa.

El doctor Zuzunaga recomendó a la autoridad para que a Zela “le sean guardados los fueros que por su empleo le corresponden y señaladamente la independencia del Alcalde Ordinario del pueblo de Tacna”. Dijo que “apareciendo del contexto de la misma Real Cédula la distinción y honores que al empleo de Ensayador corresponden, y constando por notoriedad que la persona de don Francisco de Zela no desmerece obtenerlo y que es legítimo sucesor en él por fallecimiento de su legítimo padre que por muchos años lo sirvió bien en el partido de Caylloma y en el mismo de Arica”. Concluyó su informe con un puntillazo dirigido al prepotente Gil de Herrera: “extrañándose en el actual Alcalde Ordinario de Tacna la ignorancia de estas excepciones” pide se le prevenga como al Subdelegado del Partido”.

Aunque es probable que existiese una posterior apelación dado que el expediente reposaba en los archivos de la Real Audiencia de Lima; el 5 de abril de 1793 se pronunció el fallo del Intendente de Arequipa, don Antonio Álvarez y Ximénez, que ordenó se “Guárdese a don Francisco de Zela, Ensayador, Fundidor y Balanzario el fuero y privilegios que como tal le corresponden”. Corrido el exhorto el Escribano de Tacna hizo saber la sentencia y la orden al Subdelegado y al Alcalde Ordinario de Tacna.

No es difícil reconocer la trascendencia de este hecho que, como señala Gálvez, permite conocer otro rasgo de la personalidad de Zela: “la de la prudencia para precaverse de ultrajes a su dignidad”, tan importante en la formación de la contextura moral del adalid. Existen, sin embargo, dos posibles consecuencias de este, aparentemente pintoresco suceso. La primera está referida a lo mucho que el criollo limeño ganó en autoestima, rasgo psicológico indispensable en la formación del líder; al haber, con sus veinticuatro años mozos, “puesto en su sitio” al primer Subdelegado, el fatuo de don Thomás de Menocal, y ridiculizar al alcalde ordinario y tacneño viejo, emparentado, linajudo y hacendado como don Pedro Pablo Gil de Herrera. La segunda corresponde a que, a despecho de su investidura de importante funcionario de la corona, don Francisco Antonio de Zela, sin llegar a ser, todavía, rebelde o levantisco, se enfrenta, aún imberbe, inexperto, al statu quo, al sistema colonial al que él pertenecía.

A diferencia de Cúneo, que no dispensó interés al suceso; Gálvez lo valoró reconociendo “que en Zela forjó la idea de sublevarse, luego de haber experimentado la incapacidad de revertir un encarcelamiento injusto”.

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