domingo, 24 de octubre de 2010

LAS GESTIONES PARA LA POSESIÓN EFECTIVA DE LA HERENCIA


Zela llegó a Tacna el 8 de octubre, seguramente, por la noche, porque, sólo, el 10 se presentó al Subdelegado al correspondiente escribano para iniciar los trámites de ley. Declaró llamarse como se conoce y ser de “edad (de) veinticuatro años y tres meses”. En tales circunstancias debió conocer las farragosas exigencias que, desde entonces existen para hacer efectiva una herencia. De inmediato se comunicaría por correo marítimo con su familia de Lima para darle la mala noticia y demandar la agilización de las gestiones.

Sólo el 22 de noviembre de 1792, en Lima, ante Francisco Tenorio y Palacios, escribano; doña María Mercedes Arizaga, viuda de don Alberto, por sí y en representación de sus hijos menores de edad, Juan Miguel y Domingo Antonio de Zela y Arizaga, “el primero de veintitrés años y el segundo de veinte”, juntamente con sus hijos, María Tadea y Feliciano de Zela y Neyra dieron “poder a don Francisco de Zela y Neyra, igualmente hijo de la otorgante y hermano de los demás” para que inicie los trámites de reconocimiento de memoria testamentaria y partición de bienes.

El referido poder debió llegar a Tacna, traído por Domingo Antonio, sólo a fines de diciembre, porque sólo el 3 de enero de 1793 don Francisco Antonio se presentó ante las autoridades del Partido de Tacna para iniciar los trámites de posesión efectiva. En el referido pedimento ya se presenta como “ensayador, fundidor y balanzario de éstas Reales Cajas”.

Una curiosa referencia puede insinuar que la madre de Zela, doña Mercedes de Arízaga, estuvo en algún momento en Tacna.

Entonces Francisco pudo conocer el testamento donde se menciona a los albaceas, Miguel de Hérnicas y Joaquín González Vigil. Pidió al primero, puesto que el segundo había renunciado, la entrega de los inventarios de los bienes de su padre. Cuando Hérnicas le comunicó no haber cumplido con la exigencia de la facción de inventarios, Zela se molestó quejándose contra el albacea por su incumplimiento. Este hecho, como el del incumplimiento de los albaceas para iniciar la facción de inventarios, podría interpretarse como un temor de estos funcionarios por las repercusiones que podría tener en el Superior Gobierno la inexplicable muerte de don Alberto. Los trámites, que fueron prolongados y engorrosos, concluyeron a fines de 1793, y constan en el expediente de “Partición de los bienes de don Alberto de Zela y Neyra” una de cuyas copias está custodiada en el Archivo Nacional de Chile.

El 22 de enero de 1794 don Francisco pudo extender, ante el escribano Portales, una escritura de fianza “a favor de su menor hermano Juan Miguel de Zela” indispensable para participar en el proceso de “división y partición de bienes de su padre realizados por orden de don Thomás de Menocal” y ejecutado por los partidores Juan de Benavides y Miguel Rospigliosi”







viernes, 27 de agosto de 2010

EL PRECIPITADO RETORNO DE FRANCISCO ANTONIO

Cuando ocurrió el fatal accidente en la casa del Cacique y en el momento del desenlace, el hijo que había venido para acompañar a Alberto de Zela no estaba en Tacna. Francisco Antonio, de veinticuatro años de edad, se encontraba en esos momentos de paso por Arequipa, con rumbo a Tacna, en el viaje que lo traía por tierra desde Lima, donde estaba concluyendo los trámites que lo convertirían en un ensayador o, tal vez, había viajado para asumir su defensa en el litis que tenía desde marzo de ese año con Gil de Herrera, tratado en capítulo anterior.

Fue en Arequipa donde, el 21 de Setiembre-recuerda Zela- recibió “la noticia de esta catástrofe”. Con la palabra catástrofe Zela debió referirse al fatal accidente. Imposible que fuese la noticia de la muerte, que ocurrió el 20 de setiembre, porque el correo veloz de Tacna a Arequipa demoraba, con cambio de cabalgadura, de tres a cuatro días. La preparación del viaje de Francisco Antonio debió demorar más de lo acostumbrado, porque, pudiendo haber salido de Arequipa el 22 de setiembre y llegado a Tacna, a más tardar el 29 del mismo mes, arrivó después de quince días. El mismo Zela manifestó, en su oportunidad, que, “habiendo continuado mi viaje a este relacionado pueblo llegué el día 8 de octubre (...) y todavía encontré que no se habían hecho los inventarios de los bienes por no haberse dado parte a ningún juzgado desde el fallecimiento de mi expresado padre”.

MUERTE DE ALBERTO DE ZELA Y NEYRA

Respecto del fallecimiento de don Alberto existen algunas informaciones imprecisas o desconocidas. Aunque Cúneo afirma que don Alberto “murió trágicamente el día 18 de Setiembre de 1792”, el hecho de que, todavía, el 19 dictara un codicilo, el mismo que intentó firmar; demuestra que, en lo que respecta a la fecha de muerte, Cúneo no revisó con su proverbial acuciosidad el protocolo notarial de Portales, ni los libros de entierro; prefiriendo reproducir, sin reserva, lo que había escrito al respecto, José Belisario Gómez y que era, seguramente, una versión oral que, circularía setenta años después del suceso entre la gente antigua de Tacna.

Es muy probable que la agonía no fuese tan corta como lo insinúa Cúneo. En la liquidación de los gastos hechos en los postreros cuidados y en los funerales se incluye un recibo de 10 pesos a favor de Josefa Patricia Rospigliosi “por la asistencia en la enfermedad de dicho finado” y otro a nombre del médico Juan de Urrutia por 5 pesos.

Respecto a que su muerte fue sólo el día 20 de setiembre, lo confirma el libro de entierros de la parroquia de Tacna. Allí se registra que el 21 de setiembre de 1792 fray Esteban Ortega, de la orden seráfica, Guardián del convento de San Francisco de Arica, de licencia, enterró el cuerpo mayor de “don Alberto de Zela y Neira, de 55 años, natural del reino de Galisia (sic), en los de España; Fundidor y Valansario (sic) que fue de las Reales Cajas de este Partido, casado con doña María de las Mercedes Arízaga, vecina de Lima”. Se pagó 44 pesos por entierro de primera con 4 capas; el carpintero José Botentano cobró 25 pesos por la confección del féretro. Se anotó en el acta de entierro que “hizo su testamento y nombró por albaceas a don Miguel de Hérnicas y a don Joaquín Vigil y por herederos a sus legítimos hijos”. Para solemnizar sus funerales, como era costumbre se vistió de luto a sus dos esclavos Félix y Antonio.

La referida fecha de muerte de don Alberto también acerca más el paralelo entre dos símbolos de Tacna: Zela y Vigil. Resulta que, una semana antes de ese deceso había nacido Francisco de Paula González Vigil y “desde el 20 de setiembre del año 1792, en que falleció (…) don Alberto de Zela” las funciones las desempeñó “el substituto (sic) Fundidor y Balanzario de ellas, don Joaquín González Vigil”.

A los pocos días don Joaquín, que había sido designado albacea, seguramente reparando en la incompatibilidad que provenía del hecho de ser éste reemplazante del testador en su función de balanzario, renunció a aceptar el cumplimiento de tal disposición testamentaria. El “veintisiete de setiembre” se admitió su renuncia al albaceazgo.

TESTAMENTO Y CODICILO DEL AGONIZANTE ZELA Y NEYRA

A Gómez, por su metodología intuitiva, no se le ocurrió buscar el testamento del padre del prócer en los archivos notariales ni en los libros parroquiales de entierro de Tacna, ciudad en que había nacido y donde residió hasta su juventud; Gálvez, tampoco investigó fuera de los archivos capitalinos. Así, cuando al tratar el lamentable suceso expresa que respecto “a la fecha de su muerte tampoco hay dato alguno en los archivos de Lima”.

Cúneo fue más sistemático y tuvo posibilidades económicas para recorrer el mundo rebuscando archivos y encontrando datos sorprendentes. Datos que, para desaliento de los investigadores, presentaba sin incluir detalle de las fuentes. En las temporadas en que Cúneo retornaba a la “Heroica Ciudad”, podía consultar los archivos notariales que todavía se conservaban en Tacna, antes de ser trasladados a Santiago de Chile. Entre los libros del Escribano Ignacio Enrique Portales, a quien Cúneo menciona erróneamente como Francisco Enrique Portales, custodiado entonces por el notario chileno Manuel Líbano, encontró el referido testamento.

Según Cúneo, don Alberto, testó el mismo 18 de setiembre de 1792. El referido testamento es un documento imperfecto denominado testamento oral, a diferencia de los testamentos que se dictaban en aquella época, extensos y detallistas; la memoria testamentaria de Zela, por las circunstancias en que se dictó, es breve y conciso, dando la apariencia de corresponder a un testador sin bienes rústicos ni urbanos y con sólo dos esclavos. En fin, una persona modesta y con escasos recursos.

Agonizante don Alberto de Zela y Neyra solo pudo trazar una línea en el protocolo donde constaba su postrera voluntad.

En el referido testamento Alberto de Zela y Neyra declaró tener 57 años de edad y ser “natural de los reinos de Galicia, ciudad de Lugo, hijo legítimo de don Domingo de Zela y de doña Rosa Gómez de Neira”, sus padres que en la santa gloria hayan. En la quinta cláusula declara ser “casado y velado según orden de Nuestra Santa Madre Iglesia con doña María Mercedes Arizaga, residente en la ciudad de Lima, de cuyo matrimonio” han tenido y procreado por sus hijos legítimos a “don Feliciano, don Francisco Antonio, don Juan Miguel, don Antonio y doña María Tadea de Zela y Arizaga; así lo declara para que conste”. Aclara que su esposa no llevó bien alguno al matrimonio “más que la decencia mujeril”. En la séptima cláusula manifiesta que a su hija doña María Tadea, para que contrajera matrimonio con don Vicente Urrutia, finado, le dio 3000 pesos”. En la cláusula octava recuerda que deja dos esclavos: Félix en casa y Antonio en Sama.
Termina el documento designando como sus albaceas, en primer lugar, a don Miguel de Hérnicas y, en segundo orden, a don Joaquín González Vigil, administrador de la Renta de Correos. Fueron testigos en dicho acto don Domingo Agüero, Tesorero de las Reales Cajas, el Capitán don Antonio de Tagle y Bracho, el Teniente don Pedro José Gil de Herrera, don Pedro Méndez y don Matías Baluarte. En aquella oportunidad, Portales, incluyó la nota referida a que Zela “se hallaba incapaz de poder firmar”.
Cúneo, quizás interpretando el hecho más dramáticamente pero, poniéndolo entre comillas, como si se tratase de algo textual; dice que “habiéndole alcanzado la pluma para que firmase, no pudo ejecutarlo por tener el pulso débil, por lo cual rogó al ministro tesorero don Domingo de Agüero para que lo ejecutase por él”. Lamentablemente el más grande historiador del pasado regional se confundió. Este hecho no ocurrió en el acto del día 18, sino, al día siguiente, cuando a pedido del testador se dictó un primer codicilo.
Cúneo, seguramente ufano por el hallazgo, no se percató que, una foja detrás de esa escritura, existía otra escritura del mismo carácter. Se trataba de un codicilo. Este fue dictado, agonizante don Alberto, al día siguiente, 19 de setiembre, con el fin de aclarar algunas cláusulas del testamento que había ordenado el día anterior. Sin embargo, por la gravedad que atravesaba se debió interrumpir el acto. En esas circunstancias, como era lo usual, se pidió al testigo más reconocido del pueblo, para que lo suscribiese en su nombre. El elegido para la solemnidad de firmar, a nombre de Zela, no fue don Domingo de Agüero como lo sostiene Cúneo, sino, don Pedro Josef Gil de Herrera y Montes de Oca.
Esto se conoce esto porque, precisamente, el escribano Portales registró que, “en este estado poniéndole este instrumento en la mano para que lo firmase no pudo ejecutarlo como lo manifiesta la raya antecedente y rogó al Teniente de capitán don Pedro José Gil y Montes lo hiciera por él”.

LA FATAL DEMOSTRACIÓN DE UN ARMA

Aunque la forma trágica como murió don Alberto de Zela y Neyra, era un aporte exclusivo de Belisario Gómez, hasta la publicación de Gálvez, inclusive, la fecha de fallecimiento de era desconocida porque, según confiesa el referido autor, no existe “dato alguno en los archivos de Lima” limitándose a reproducir lo referido por Gómez y a manifestar que estas informaciones “no tienen comprobación alguna, y sólo puede afirmarse que don Alberto no dejó fortuna alguna en dinero y que su muerte ocurrió antes del año 1792”. Como más adelante se expondrá, existen otras fuentes sobre el accidente que terminó con la vida de don Alberto y de la fecha de su muerte.

Refería Gómez que don Alberto de Zela y Neyra murió “en Tacna de una manera casual. Estando de visita en casa del Cacique se suscitó entre los dos una ligera disputa, pretendiendo cada uno tener una escopeta de mejor calidad que la del otro, y para solucionarla mandó don Alberto trajeran de su casa la suya. El Cacique teniendo la certidumbre de que ésta estaba descargada, según lo aseguraba su dueño, la preparó y llevando la chanza adelante, apuntó a su amigo y en breve se oyó una detonación y las sombras de la muerte cubrieron para siempre los ojos de (don) Alberto”.
Creyendo que el arma estaba descargada el Cacique Toribio Ara disparó a don Alberto de Zela y Neyra, quien cayó mortalmente herido.

Mientras Gálvez, reproduce fielmente a Gómez en lo que corresponde al fatal accidente, Cúneo, que en su propósito de fijar la fecha, escribe que, don “Alberto murió trágicamente el 18 de setiembre de 1792, en las circunstancias referidas por José Belisario Gómez en su Coloniaje”, aunque con su extraordinario estilo, dramatiza el luctuoso suceso que terminó con la vida del laborioso balanzario. Relata Cúneo, como, oída la detonación don “Alberto se desplomó mortalmente herido (...) (y que, al momento) de expirar dictó sus últimas disposiciones a presencia del escribano público don Francisco Enrique Portales”. Seiner, con más prudencia, no señala el día del fallecimiento de don Alberto, concretándose a manifestar que en “setiembre de ese año encontró trágica muerte a manos del cacique de Tacna, don Toribio Ara, quien casualmente disparó su arma contra él”.


Lo cierto es que el referido Zela no testó poco antes de expirar ni al momento de ser herido, ni murió el mismo 18, día del accidente. Información localizada en el Archivo Nacional de Chile amplía el panorama.

lunes, 19 de julio de 2010

ZELA EN 1793 ¿ENAMORADO OBSESIVO, LIMEÑO ARROGANTE O LIBERTADOR EN CIERNES?

Las personalidades se burilan con el tiempo, con los hechos vividos. Francisco Antonio de Zela y Arizaga, un criollo limeño avecinado en Tacna, fue haciéndose patriota y prócer con los hechos, con las circunstancias, que le tocó vivir. ¿Zela tuvo como un rasgo de su personalidad la rebeldía? ¿Fue impulsivo, apasionado o vehemente? Efectivamente, existen hechos que retratan su proceder juvenil.

Se trata de una querella entre Francisco Antonio de Zela y el Alcalde Ordinario de Tacna don Pedro Pablo Gil de Herrera que, según fuentes consultadas por Seiner, no ocurrió “en 1793 sino en 1791”. Efectivamente Eguiguren, ubicó en el “Libro del acuerdo y Ordenanzas de la Real Sala del Crimen de la Audiencia de Lima”, que comienza el 1º de enero de 1791, un asiento, del 6 de agosto, donde se registra que, en dicho día, hubo acuerdo ordinario, y se despachó la causa remitida por el Alcalde Ordinario de Tacna contra Francisco Antonio de Zela sobre desacatos a la Real Justicia”. Expresa Eguiguren, que “ya en 1791, el prócer Zela demostraba su inquietud y su carácter” destacando el referido hecho como precursor de las convicciones libertarias de Zela “diez y nueve años antes del grito fervoroso que, por la independencia del Perú, dio Tacna” en 1811. Nada más se conoce, al respecto, de este primer proceso judicial.

Más certero y minucioso es lo que se supone fue un segundo incidente, que, según Gálvez y Seiner, corresponde sólo a lo que se registró como primero. Resulta que, previo al primer viaje que debía hacer Francisco Antonio a Lima, y a antes de la muerte de su padre, ocurrió un incidente en el que Zela fue principal protagonista.

A pesar de la prohibición, Zela recorría las calles desafiando la autoridad del alcalde Gil de Herrera.


En 1905, Aníbal Gálvez, en una tradición titulada “Una Partida Interesante: Crónica tacneña 1793”, interpretó un comentado hecho ocurrido en Tacna desde el 7 de marzo del año 1793, como puntualiza el tradicionalista, tratando un juicio que siguió en Tacna, su Alcalde Ordinario, don Pedro Pablo Gil de Herrera, contra don Francisco Antonio de Zela, ensayador, fundidor y balanzario de sus Reales Cajas. El émulo de Palma le atribuyó un móvil romántico. Exponiendo con el clásico estilo de las “Tradiciones Peruanas”, narra que decían “las malas lenguas y yo lo repito, sin garantizarlo, que entre el Alcalde y el Balanzario había unas faldas, llevadas por una hermosa hija de San Marcos de Arica, la que halagaba con sus miradas al de Zela y enloquecía con sus desdenes al de Gil de Herrera. Agregaban, que de allí nació una enemistad entre ambos”. En 1911, el mismo Gálvez en su libro “Zela”, expuso el asunto con más rigor y formalidad. Esta información tan interesante, cuya fuente no indicó Aníbal Gálvez, corresponde, efectivamente, a un juicio criminal, que era como entonces se denominaba a los juicios penales, atendido, en primera instancia, por el Subdelegado y llevado en apelación, primero, a la Intendencia de Arequipa y, finalmente, hasta la Audiencia de Lima, donde se sentenció y archivó.

Tuvimos la suerte de localizar, en la Sección Real Audiencia del Archivo General de la Nación, en Lima, el expediente que conoció y aprovechó Gálvez para escribir la tradición, lo que permitirá contrastar el documento oficial con la versión novelesca tratada tan amenamente por Gálvez.

Don Francisco Antonio, quizás, dejándose llevar por su juvenil y limeña arrogancia, había violado una norma expedida por el Corregidor Ordóñez cuando la gran revolución de Túpac Amaru amenazaba amagar esos territorios durante la gestión. Esta orden estaba referida a la prohibición de transitar por el pueblo después de las “nueve de la noche en que sale la retreta ( debiendo los vecinos) recogerse y dejar en silencio el pueblo”.

La tradición por su parte dice que “a las diez y media de la noche del 7 de marzo de 1793, un caballero embozado se retiraba precipitadamente de la ventana de una casa o de una romántica conversación junto a una reja de la ventana de una de las casas de Tacna”, cuando, “al escuchar el ruido de las pisadas de la ronda” se caló el chambergo y se alejó raudamente. Los alguaciles capitaneados por el Alcalde “apresuraron la marcha y pronto alcanzaron al nocturno galanteador” descubriendo que se trataba, nada menos, que del joven Zela. Aunque el documento oficia no refiere que Gil estuviese a la cabeza del cuerpo armado, la tradición imagina que sí agregando, de su cosecha, el irónico diálogo. ¡Hola: señor don Francisco! ¿Y que hace a tales horas por estos barrios? Preguntó el jefe de la partida “que era el Alcalde en persona”. “-ya lo ve, su merced; voy tranquilamente a mi casa-, contestó Zela” Gil de Herrera, entonces, extralimitándose, ordenó “Pues en marcha y prontito. Si su merced, reincide en andar por estos barrios a deshoras de la noche, me veré obligado a castigarlo severamente”. “Vaya despacio, señor Alcalde, y ningún alcalde ordinario como su merced, puede ser mi juez legítimo”. El expediente registra un diálogo fue breve y preciso, cuando “siendo preguntado Zela por Gil del destino que llevaba, le (respondió) -que el de recogerse a dormir”- y punto”. Este primer incidente concluyó cuando el flamante Balanzario, a pesar de su juventud, reclamó por el respeto a sus fueros reconviniendo a Gil que “en cuenta tenga que gozo de fuero, y por lo tanto, ningún alcalde ordinario, como su merced, puede ser mi juez legítimo”. Gálvez concluye novelezcamente el incidente narrando que Gil de Herrera mordiéndose “los labios aguantó el alfilerazo, con la esperanza de devolverlo a su tiempo. Pero don Francisco no se quedó allí ¡Qué iba a quedarse!

Al día siguiente, 8 de marzo de 1793, Zela acudió donde el “Subdelegado de aquel Partido ofreciendo información de este atropellamiento”, apelando a unos privilegios que se habían concedido, en 1767, a los empleados de la Real Caja de Pasco, a rogativa de uno de ellos, don Andrés Barrientos.

A los pocos días “su apoderado en Arequipa se presentó al Intendente don Antonio Álvarez y Ximénez” y éste, como era lo usual los remitió a su asesor al Promotor Fiscal, que a la sazón era el doctor Zuzunaga. El primer apoderado de Zela, que según poder otorgado en Tacna el 19 de octubre de 1792 era, don Francisco Salguero interpretó la contestación de Zela como “juiciosa respuesta que antes de satisfacer como debía a dicho señor Alcalde, sólo sirvió para que este Señor abocándose jurisdicción que no tiene le intimase a mi parte una severa reprehensión conminatoria y envuelta en términos disonantes a la moderación y arreglada conducta”. Del segundo apoderado, que era “don Isidro Alcázar”, no se conoce ningún trámite significativo. Uno y otro apoderado eran vecinos de Arequipa.

El doctor Zuzunaga recomendó a la autoridad para que a Zela “le sean guardados los fueros que por su empleo le corresponden y señaladamente la independencia del Alcalde Ordinario del pueblo de Tacna”. Dijo que “apareciendo del contexto de la misma Real Cédula la distinción y honores que al empleo de Ensayador corresponden, y constando por notoriedad que la persona de don Francisco de Zela no desmerece obtenerlo y que es legítimo sucesor en él por fallecimiento de su legítimo padre que por muchos años lo sirvió bien en el partido de Caylloma y en el mismo de Arica”. Concluyó su informe con un puntillazo dirigido al prepotente Gil de Herrera: “extrañándose en el actual Alcalde Ordinario de Tacna la ignorancia de estas excepciones” pide se le prevenga como al Subdelegado del Partido”.

Aunque es probable que existiese una posterior apelación dado que el expediente reposaba en los archivos de la Real Audiencia de Lima; el 5 de abril de 1793 se pronunció el fallo del Intendente de Arequipa, don Antonio Álvarez y Ximénez, que ordenó se “Guárdese a don Francisco de Zela, Ensayador, Fundidor y Balanzario el fuero y privilegios que como tal le corresponden”. Corrido el exhorto el Escribano de Tacna hizo saber la sentencia y la orden al Subdelegado y al Alcalde Ordinario de Tacna.

No es difícil reconocer la trascendencia de este hecho que, como señala Gálvez, permite conocer otro rasgo de la personalidad de Zela: “la de la prudencia para precaverse de ultrajes a su dignidad”, tan importante en la formación de la contextura moral del adalid. Existen, sin embargo, dos posibles consecuencias de este, aparentemente pintoresco suceso. La primera está referida a lo mucho que el criollo limeño ganó en autoestima, rasgo psicológico indispensable en la formación del líder; al haber, con sus veinticuatro años mozos, “puesto en su sitio” al primer Subdelegado, el fatuo de don Thomás de Menocal, y ridiculizar al alcalde ordinario y tacneño viejo, emparentado, linajudo y hacendado como don Pedro Pablo Gil de Herrera. La segunda corresponde a que, a despecho de su investidura de importante funcionario de la corona, don Francisco Antonio de Zela, sin llegar a ser, todavía, rebelde o levantisco, se enfrenta, aún imberbe, inexperto, al statu quo, al sistema colonial al que él pertenecía.

A diferencia de Cúneo, que no dispensó interés al suceso; Gálvez lo valoró reconociendo “que en Zela forjó la idea de sublevarse, luego de haber experimentado la incapacidad de revertir un encarcelamiento injusto”.

domingo, 11 de julio de 2010

Zela ingresó a las Cajas Reales de Tacna trabajando como amanuense.

FRANCISCO ANTONIO: AMANUENSE DE LAS CAJAS REALES

Seiner, analizado el tiempo libre que tuvo el joven Zela después de ayudar a su padre en las labores de su función, colige que pudo haber tenido otra ocupación, un trabajo a tiempo completo y remunerado, en un oficio que no exigiese preparación “especializada como la de un contador o tesorero”. Sugiere que Francisco Antonio pudo desempeñar labores como Guardia Subalterno de las Reales Cajas o encargado del resguardo del Real Estanco de Tabacos”. Era acertada la deducción de Seiner. En una declaración, hasta ahora desconocida, hecha por doña Mercedes, madre de Zela, en 1792, cuando éste luchaba por heredar el cargo dejado por su padre; recordaban los servicios que el joven Zela “tenía hechos en distintas oficinas de Real Hacienda”. Otro documento ubicado recientemente demuestra que Francisco Antonio trabajó, efectivamente, como uno de los amanuenses en las Cajas Reales de Tacna. Tenía por entonces poco menos de veinte años de edad. No se puede precisar la fecha de su ingreso al puesto de “plumario”, pero si la del momento en que dejó de serlo. Por orden, de 12 de junio de 1788, expedida en Arequipa, por el Intendente Álvarez, se establecía que, por “cuanto se halla vacante una de las plazas de amanuense de la Real Caja de Arica por renuncia que de ella hizo don Francisco de Zela”, quedaba en su reemplazo don Francisco Salguero. Revisados los libros, de gran formato, propios de las Cajas Reales, correspondientes a los años y meses previos a la señalada data, con el propósito de identificar la caligrafía del prócer y aproximar la fecha de su incorporación a la referida función, se puede deducir que Zela pudo haber asumido tal función hacia fines de 1786 y que, consecuentemente, su arribo debió ocurrir algunas semanas o meses antes.

¿Por qué el joven Zela cesó en su trabajo de amanuense? Parece que se trató de una renuncia más que de una destitución. Alcanzada la mayoría de edad tendría la intención de viajar a Lima para lograr una calificación profesional, de carácter oficial, en el dominio de la metalurgia que era la función pública en la que debería heredar al padre.

Gálvez afirma que Francisco Antonio viajó, en aquella oportunidad, para hacer “estudios especiales en la Casa de la Moneda de Lima, y que en ella contrajo méritos para ingresar en el real servicio. Se desconoce cuanto tiempo permaneció en la capital. Debieron ser, ni más ni menos, los años que precisaba una capacitación más que artesanal, de dos o tres años, durante los cuales, con “habilidad, constante aplicación y amor al manejo del noble arte de ensayar plata y oro y beneficiar de toda especie de minerales y metales, de cuya aptitud dio pruebas suficientes de lo logrado durante ese tiempo en el examen del laboratorio químico metalúrgico” que debió rendir.

Terminados satisfactoriamente sus estudios pero sin haber recibido todavía el certificado o título que lo acreditaba como balanzario; Zela debió emprender el viaje de retorno, por tierra, con dirección a Tacna, previo paso por Arequipa. El título de “ensayador interino”, sólo fue expedido por el Virrey Taboada y Lemus, en Lima, el 25 de octubre de 1792.

LA LLEGADA A TACNA DEL JOVEN ZELA

Es imposible, como lo registran Lavalle, Montani y Vicuña Mackenna; que Francisco Antonio, como firmaba, o Francisco Solano, como reza su partida de bautismo, saliese de Lima, acompañando a su padre, rumbo a Caylloma. De ello no existe información fidedigna. Gálvez, al referirse a los biógrafos de Zela, dice los que éstos afirman que don Alberto llevó a su hijo “Francisco Antonio al mineral de Caylloma”, han incurrido en un error histórico. El clima de Caylloma era cruento y riesgoso para un niño de cuatro años, como el aislamiento, la altitud, el tortuoso camino y el frío intenso. Tampoco es posible, que lo hiciese en 1779, cuando Alberto tuvo que trasladarse a Tacna para cumplir la función en las Reales Cajas recién creadas, porque Francisco Antonio, sólo tenía 11 años de edad. Gálvez sugiere, que sólo cuando Francisco Antonio terminó en Lima su educación pudo partir “a acompañar a su padre”, dando pié a Seiner para deducir que esto pudo ocurrir “hacia 1786 cuando tenía 18 años y se encontraba dispuesto a emprender, solo, el largo y penoso viaje de Lima a Tacna”.

¿Cuál era el propósito del viaje? Gálvez y Seiner afirman que, además de atender la necesidad de compañía de don Alberto, Francisco Antonio, se trasladó a Tacna con el propósito de “aprender, bajo su enseñanza, la profesión de fundidor y ensayador”.
Como los cargos, “comprados a la corona”, como el de balanzario, eran hereditarios, cree Seiner que al morir prematuramente Bartolomé José, el segundo de los hijos, correspondía a Feliciano, el tercero, el derecho de suceder a su padre en tal cargo, pero que algún impedimento debió anular su derecho ya que Francisco, el hermano que seguía, ocupó el puesto. Aunque, no se conoce con exactitud la fecha de arribo de Francisco Antonio a Tacna, se sabe, con certeza, que fue antes de 1788. Por la corta edad de Francisco era lógico que viajase con su padre. Como don Alberto estuvo de viaje, seguramente en Lima en, por lo menos, dos oportunidades: en el verano de 1781 y, a fines de 1784; es probable, entonces, que el Prócer llegase a Tacna entre 1784 y 1788.

CONSAGRACIÓN A LA METALURGIA: DE CAYLLOMA A TACNA


Cúneo asegura que Zela y Neyra compró el cargo de Fundidor y Balanzario de Caylloma en 1773, mientras Seiner lo fija en 1771 y Gálvez, al parecer, con el propósito de acortar los años “desconocidos”, lo retrotrae a antes de 1770, año que supone erróneamente se trasladó al pueblo de Caylloma.

Gálvez supuso, erróneamente, que fue la posición social y económica de su esposa lo que “le proporcionó los medios de obtener el citado cargo, comprándolo a su anterior poseedor o a sus herederos, a fin de dedicar su actividad a esa ocupación para la que tenía los conocimientos necesarios, y para ejercerlo”. Entonces no se conocía el testamento de don Alberto, donde menciona que él había “introducido en la sociedad marital la cantidad de cuatro mil pesos, no habiendo aportado su esposa sino su decencia mujeril”.

Según Cúneo, el “gallego” adquirió el cargo en el asiento mineral de Caylloma” empleando el fruto de sus economías. Tal función consistía en pesar los metales recibidos y depositarlos en el reverbero para que, al fundirlos, alcanzasen la ley esperada, de pesarlos nuevamente y sellar los lingotes y registrarlos contablemente. Seiner Lizárraga aporta un importante dato, hasta ahora desconocido, respecto a que don Alberto de Zela, antes “de partir a hacerse cargo de su puesto dejó un testamento ante el notario Francisco Luque, de Lima”.

Zela permaneció en Caylloma, al parecer, por cinco años, soportando la decadencia del mineral, “la destemplanza del clima y la escasez de los artículos de subsistencia” hasta que se enteró de las gestiones que se hacían en Tacna para el establecimiento de una fundición o callana.

Por ello, un año antes de su creación oficial, por decreto del virrey Guirior de 12 de abril de 1779; don Alberto de Zela y Neyra, consiguió autorización del Tribunal Mayor de Minería, para traspasar a un tercero el dicho empleo de Ensayador de las minas de Caylloma y, con lo obtenido, compró en la cantidad de cuatro mil pesos, el empleo de igual clase anexo a la Callana de Tacna que pasó a desempeñar en 1779. Fue en tales circunstancias que llegó a Tacna el andariego gallego don Alberto de Zela y poco después su ínclito hijo el prócer Francisco Antonio de Zela.

lunes, 7 de junio de 2010

DON ALBERTO DE ZELA: EN LOS CORREOS DE LA PAZ

Existe a esta altura de la vida de don Alberto de Zela un inquietante vacío cronológico entre 1770 y 1773. Paréntesis que, en parte, podría ser cubierto por las informaciones que se consignan, todavía condicionalmente, hasta la verificación de firma y rúbrica de éste en los archivos de La Paz, respecto a que un Alberto de Zela y Neyra había servido a la corona hasta 1773, como Administrador de Correos en la ciudad altoperuana de La Paz. Refiere una ordenanza que la administración del “Correo de La Paz estaba servida por “don Alberto de Zela y Neyra, con un sueldo anual de 700 pesos y el costo de la casa donde funcionaba dicha oficina”. Zela y Neyra ocupó ese cargo hasta el 6 de agosto de 1773 en que el Administrador General de Correos del Perú, don José Antonio Pando nombró en su reemplazo a don Francisco de Enales y Mollinedo. Éste había trabajado, desde 1769, como subalterno de los correos de Tacna, hasta que, en abril de 1771, por fallecimiento del Administrador titular, don Ramón López de la Huerta, ocupó la vacante. El 7 de julio de 1772 el corregidor de Arica, don Demetrio Egan, lo nombró corregidor del nuevo corregimiento de Tarapacá. De allí pasó a La Paz.

Es difícil una homonimia de nombre y dos apellidos que no eran compuestos. También de porque el tiempo en el que no existen menciones de don Alberto en Lima, coincide con los años en que trabajó en La Paz.

Don Alberto sabría, por boca de Enales y Mollinedo, de la existencia de este pueblo singular y acogedor. Zela y Neyra pudo haber visitado Tacna, antes de su definitivo establecimiento, cuando para trasladarse a La Paz, pudo haber usado el camino de Tacna.

EL ÁRBOL DE LA VIDA

Los Zela y Arizaga procrearon a María Tadea y Bartolomé José, nacidos en Calera de los Jesuitas el 28 de octubre de 1763 y el 24 de agosto de 1765, respectivamente. Feliciano Antonio, nació en Lima el 9 de julio de 1767. Francisco Solano, que pasaría a la posteridad como Francisco Antonio, vio la luz en Lima el 24 de julio de 1768 y se bautizó en la parroquia de Santa Ana el 12 de diciembre de ese año. Finalmente Juan Miguel y Domingo Antonio que nacieron en Lima el 9 de febrero de 1770 y el 13 de junio de 1773, respectivamente.

La partida de bautismo, que descubrió, Cúneo dice “Francisco Solano. En la Ciudad de los Reyes del Perú, el 12 de diciembre de 1768, yo, el Teniente Cura de esta parroquia de Santa Ana exorcisé, puse óleo y crisma a Francisco Solano, a quien bautizó el muy reverendo P. M. Fr. Gregorio de la Peña, del orden seráfico, el día 24 de julio, en que nació”. “Es hijo legítimo de don Alberto de Zela y Neyra, natural del Obispado de Lugo, en el reino de Galicia y de doña María Mercedes de Arizaga y Hurtado”. “Fue su padrino don Diego Luis de la Vega, y testigos Lucas Arévalo y Manuel Recalde”.

lunes, 31 de mayo de 2010

ANDANZAS DE DON ALBERTO DE ZELA Y NEYRA

Hasta que Rómulo Cúneo publicó, en 1921, su “Las Insurrecciones de Tacna por la Independencia del Perú”, ninguna de las obras escritas sobre Zela y su rebelión; como las de Andrés García Camba, Belisario Gómez, Manuel de Mendiburu, Benjamín Vicuña Mackenna o Aníbal Gálvez; habían tratado el tema del origen y los antepasados de don Alberto de Zela y Neyra, padre del prócer. Fue Cúneo, con su prolijidad de investigador y las grandes posibilidades que tuvo para viajar y revisar los archivos de América y España; el primero que indagó sobre su cuna y raíces familiares.

Refiere Cúneo que, aunque en la región de Galicia existen más de veinte pueblos denominados “de Cela” y, más precisamente, en Lugo, de donde proceden los Zela de Tacna, uno, de 300 vecinos, llamado de San Juan de Cela; en ninguno de ellos nació Alberto de Zela y Neyra. Éste nació en Savarey, un anexo de la parroquia de Lapio, jurisdicción de Aday, en el departamento de Lugo, de Galicia; el 27 de abril de 1734. Fue hijo legítimo de Domingo Cela y Rosa Neyra y nieto, por la parte paterna, de Juan Cela e Isabel López, y por el lado materno, de Bernardo Neyra e Isabel Gómez.

Contrariamente al hecho que ni los cuatro abuelos ni los padres de Alberto recibiesen tratamiento de “don”, reservado, en la Península, a varones de alcurnia o rango social, Seiner aporta la información referida a que el linaje de los Zela o Cela venía de antiguo, con escudo, seguramente, de los hidalgos de esa familia, que describe el heraldista Atieza. Los Zela del Perú tampoco comenzaron con este gallego nacido en Santa María Magdalena de Savarey, en 1734. Ya, hacia 1627 figura un don Juan Lorenzo de Zela, vecino de Lima y tronco de otros Zela, no emparentados con el prócer, que figuraron en los siglos XVII y XVIII. En Pachía, el 24 de enero de 1770, una Paula Zela Oyola, nacida en La Paz, hija legítima de Francisco Zela, casó con un Juan Castillo Quiñónez.

Gálvez; refuta una información de Juan Salaverry, seguramente, tomada de la tradición familiar, que registraba que don Alberto, “antes de venir al Perú ocupó (un) puesto importante en la casa de la Moneda de Madrid, y que fue por eso, quizás a manera de ascenso, que se le envió al destino de ensayador de la callana del rico mineral de Caylloma”; porque, aunque pudo haber aprendido el complicado oficio. La afirmación de Salaverry es improbable, primero, porque ese oficio era vendible sólo por el Virrey del Perú y, segundo, por que don Alberto se estableció en Lima, donde formó una familia numerosa, muchos años antes de ir a Caylloma. Finalmente, y sin menospreciar al mencionado mineral en las serranías de Arequipa, el hecho de haber ofrecido desde Madrid, un traslado a ese difícil lugar, no parece corresponder a un “ascenso”.

Se desconoce el origen de la afirmación de Cúneo, respecto a que don Alberto llegó al Perú en 1759, un año antes de contraer matrimonio, que según Seiner, fue en 1760 y que Gálvez calcula entre 1760 y 1766, fechas de su llegada al Perú y del nacimiento de su primogénito, respectivamente. Mientras Gálvez opina que el desposorio ocurrió en Lima, mientras Cúneo y Seiner coinciden que el enlace fue en el Callao. Cúneo buscó inútilmente el expediente matrimonial en el Archivo Arzobispal de Lima, suponiendo se hubiese celebrado en la iglesia de los jesuitas de Bellavista, la cual hizo las veces de parroquia del Callao desde el terremoto de 1746, hasta 1765.

La dama escogida para compañera de su vida fue doña María Mercedes Arizaga y Hurtado de Mendoza que, según Cúneo era una “señora de ilustre cuna, y vinculada por el parentesco de sangre con nobles y antiguas familias del Callao”. El tiempo que vivió en Lima trabajó en la agrícultura, primero, como administrador de la hacienda Calera, propiedad de los Jesuitas, hasta 1767, año de su expulsión, entonces Zela y Neyra, pasó a la hacienda Limatambo, donde trabajó entre 1767 y 1769.

LA REMOTA Y FUNDAMENTAL HEROICIDAD DE TACNA

Debemos al recordado historiador Juan José Vega Bello la lapidaria expresión “Tacna fue heroica también con Manco Inca”. En su historia de la conquista, desde la perspectiva de los derrotados, titulada “La Guerra de los Wiracochas” destaca, como un hito fundamental de la rebeldía, el espíritu libertario, la identidad con lo propio y la heroicidad, virtudes propias del pueblo de Tacna a través de su historia. La auroral rebelión de los habitantes primitivos del litoral de Tacna en seguimiento del levantamiento de Manco Inca, primero, atacando al “Santiaguillo” un navío que llevaba vituallas, armas, cabalgaduras y refuerzos a las destartaladas fuerzas que tenía Almagro en Chile, posteriormente, bloqueando y “dando guerra a la gente de mar” del “San Pedro”, otro barquichuelo que llevaba el mismo destino y que había recalado en Sama para abastecerse.

No exageran quienes defienden el mestizaje del poblador de Tacna desde el momento mismo de la conquista hasta el presente. El hecho de iniciar su proceso urbanístico, no como una ciudad, ni como una villa, al estilo español, que separaba a los europeos de los indios; sino como una “reducción de indígenas”, lo explica en parte. La Reducción de San Pedro de Tacna, fue incorporando, sangre europea de arrieros y funcionarios y sangre africana de negros libertos. Amalgama que ofreció a la todavía naciente idea de Patria remotos precursores como, Ali, Juan Buitrón, Ignacio de Castro, Isidoro Herrera, Juan José Segovia; incluso el prócer Juan Vélez de Córdova que, aunque moqueguano de cuna, vivió su juventud entre Tacna y Sama, donde casó con tacneña y donde tuvo su “fiat lux”, su despertar justiciero, al presenciar y reaccionar frente a la crueldad y la injusticia ejercida por la autoridad colonial, en Estique que luchaba por el derecho a su agua de regadío.

Punto culminante de ese historial de heroismo y rebeldía son los movimientos de Zela, en 1811, y Paillardelli, en 1813; trascendentales por que fueron sabrosa primicia de libertad, gritos inermes ahogados en sangre, estallido popular que unía a todas las razas y rangos sociales. Testimonios no menos valiosos son el sacrificio de José Gómez Valderrama; la declaración lapidaria de Landa y Vizcarra y el apoyo multitudinario brindado a Miller en su paso por Tacna, acto que contribuyó a la victoria de Mirave. Tanta valentía y sacrificio le dio a ese pueblo, todavía pequeño, el timbre insigne de “Heroica Ciudad”. Estos fastos serían soporte de otros grandes desafíos como la ocupación de estos territorios por Bolivia entre 1841 y 1842, de la que se liberó por obra de sus valerosos hijos; su liderazgo en todas las campañas por la justicia y la legalidad en el siglo XIX; su sacrificio en los episodios de la guerra con Chile, especialmente en los holocaustos del Campo de la Alianza y Arica; así como la indoblegable resistencia de Albarracín en territorio ocupado. También lo fue durante el medio siglo de ocupación chilena, especialmente en los años de la chilenización violenta entre 1901 y 1914 y durante el martirologio de la campaña pre-plebiscitaria. En toda esa trayectoria dos son los momentos trascendentales: la guerra con Chile y el medio siglo de martirologio, de una parte, y los movimientos emancipatorios de Zela y Paillardelli, de otra.