viernes, 27 de agosto de 2010

EL PRECIPITADO RETORNO DE FRANCISCO ANTONIO

Cuando ocurrió el fatal accidente en la casa del Cacique y en el momento del desenlace, el hijo que había venido para acompañar a Alberto de Zela no estaba en Tacna. Francisco Antonio, de veinticuatro años de edad, se encontraba en esos momentos de paso por Arequipa, con rumbo a Tacna, en el viaje que lo traía por tierra desde Lima, donde estaba concluyendo los trámites que lo convertirían en un ensayador o, tal vez, había viajado para asumir su defensa en el litis que tenía desde marzo de ese año con Gil de Herrera, tratado en capítulo anterior.

Fue en Arequipa donde, el 21 de Setiembre-recuerda Zela- recibió “la noticia de esta catástrofe”. Con la palabra catástrofe Zela debió referirse al fatal accidente. Imposible que fuese la noticia de la muerte, que ocurrió el 20 de setiembre, porque el correo veloz de Tacna a Arequipa demoraba, con cambio de cabalgadura, de tres a cuatro días. La preparación del viaje de Francisco Antonio debió demorar más de lo acostumbrado, porque, pudiendo haber salido de Arequipa el 22 de setiembre y llegado a Tacna, a más tardar el 29 del mismo mes, arrivó después de quince días. El mismo Zela manifestó, en su oportunidad, que, “habiendo continuado mi viaje a este relacionado pueblo llegué el día 8 de octubre (...) y todavía encontré que no se habían hecho los inventarios de los bienes por no haberse dado parte a ningún juzgado desde el fallecimiento de mi expresado padre”.

MUERTE DE ALBERTO DE ZELA Y NEYRA

Respecto del fallecimiento de don Alberto existen algunas informaciones imprecisas o desconocidas. Aunque Cúneo afirma que don Alberto “murió trágicamente el día 18 de Setiembre de 1792”, el hecho de que, todavía, el 19 dictara un codicilo, el mismo que intentó firmar; demuestra que, en lo que respecta a la fecha de muerte, Cúneo no revisó con su proverbial acuciosidad el protocolo notarial de Portales, ni los libros de entierro; prefiriendo reproducir, sin reserva, lo que había escrito al respecto, José Belisario Gómez y que era, seguramente, una versión oral que, circularía setenta años después del suceso entre la gente antigua de Tacna.

Es muy probable que la agonía no fuese tan corta como lo insinúa Cúneo. En la liquidación de los gastos hechos en los postreros cuidados y en los funerales se incluye un recibo de 10 pesos a favor de Josefa Patricia Rospigliosi “por la asistencia en la enfermedad de dicho finado” y otro a nombre del médico Juan de Urrutia por 5 pesos.

Respecto a que su muerte fue sólo el día 20 de setiembre, lo confirma el libro de entierros de la parroquia de Tacna. Allí se registra que el 21 de setiembre de 1792 fray Esteban Ortega, de la orden seráfica, Guardián del convento de San Francisco de Arica, de licencia, enterró el cuerpo mayor de “don Alberto de Zela y Neira, de 55 años, natural del reino de Galisia (sic), en los de España; Fundidor y Valansario (sic) que fue de las Reales Cajas de este Partido, casado con doña María de las Mercedes Arízaga, vecina de Lima”. Se pagó 44 pesos por entierro de primera con 4 capas; el carpintero José Botentano cobró 25 pesos por la confección del féretro. Se anotó en el acta de entierro que “hizo su testamento y nombró por albaceas a don Miguel de Hérnicas y a don Joaquín Vigil y por herederos a sus legítimos hijos”. Para solemnizar sus funerales, como era costumbre se vistió de luto a sus dos esclavos Félix y Antonio.

La referida fecha de muerte de don Alberto también acerca más el paralelo entre dos símbolos de Tacna: Zela y Vigil. Resulta que, una semana antes de ese deceso había nacido Francisco de Paula González Vigil y “desde el 20 de setiembre del año 1792, en que falleció (…) don Alberto de Zela” las funciones las desempeñó “el substituto (sic) Fundidor y Balanzario de ellas, don Joaquín González Vigil”.

A los pocos días don Joaquín, que había sido designado albacea, seguramente reparando en la incompatibilidad que provenía del hecho de ser éste reemplazante del testador en su función de balanzario, renunció a aceptar el cumplimiento de tal disposición testamentaria. El “veintisiete de setiembre” se admitió su renuncia al albaceazgo.

TESTAMENTO Y CODICILO DEL AGONIZANTE ZELA Y NEYRA

A Gómez, por su metodología intuitiva, no se le ocurrió buscar el testamento del padre del prócer en los archivos notariales ni en los libros parroquiales de entierro de Tacna, ciudad en que había nacido y donde residió hasta su juventud; Gálvez, tampoco investigó fuera de los archivos capitalinos. Así, cuando al tratar el lamentable suceso expresa que respecto “a la fecha de su muerte tampoco hay dato alguno en los archivos de Lima”.

Cúneo fue más sistemático y tuvo posibilidades económicas para recorrer el mundo rebuscando archivos y encontrando datos sorprendentes. Datos que, para desaliento de los investigadores, presentaba sin incluir detalle de las fuentes. En las temporadas en que Cúneo retornaba a la “Heroica Ciudad”, podía consultar los archivos notariales que todavía se conservaban en Tacna, antes de ser trasladados a Santiago de Chile. Entre los libros del Escribano Ignacio Enrique Portales, a quien Cúneo menciona erróneamente como Francisco Enrique Portales, custodiado entonces por el notario chileno Manuel Líbano, encontró el referido testamento.

Según Cúneo, don Alberto, testó el mismo 18 de setiembre de 1792. El referido testamento es un documento imperfecto denominado testamento oral, a diferencia de los testamentos que se dictaban en aquella época, extensos y detallistas; la memoria testamentaria de Zela, por las circunstancias en que se dictó, es breve y conciso, dando la apariencia de corresponder a un testador sin bienes rústicos ni urbanos y con sólo dos esclavos. En fin, una persona modesta y con escasos recursos.

Agonizante don Alberto de Zela y Neyra solo pudo trazar una línea en el protocolo donde constaba su postrera voluntad.

En el referido testamento Alberto de Zela y Neyra declaró tener 57 años de edad y ser “natural de los reinos de Galicia, ciudad de Lugo, hijo legítimo de don Domingo de Zela y de doña Rosa Gómez de Neira”, sus padres que en la santa gloria hayan. En la quinta cláusula declara ser “casado y velado según orden de Nuestra Santa Madre Iglesia con doña María Mercedes Arizaga, residente en la ciudad de Lima, de cuyo matrimonio” han tenido y procreado por sus hijos legítimos a “don Feliciano, don Francisco Antonio, don Juan Miguel, don Antonio y doña María Tadea de Zela y Arizaga; así lo declara para que conste”. Aclara que su esposa no llevó bien alguno al matrimonio “más que la decencia mujeril”. En la séptima cláusula manifiesta que a su hija doña María Tadea, para que contrajera matrimonio con don Vicente Urrutia, finado, le dio 3000 pesos”. En la cláusula octava recuerda que deja dos esclavos: Félix en casa y Antonio en Sama.
Termina el documento designando como sus albaceas, en primer lugar, a don Miguel de Hérnicas y, en segundo orden, a don Joaquín González Vigil, administrador de la Renta de Correos. Fueron testigos en dicho acto don Domingo Agüero, Tesorero de las Reales Cajas, el Capitán don Antonio de Tagle y Bracho, el Teniente don Pedro José Gil de Herrera, don Pedro Méndez y don Matías Baluarte. En aquella oportunidad, Portales, incluyó la nota referida a que Zela “se hallaba incapaz de poder firmar”.
Cúneo, quizás interpretando el hecho más dramáticamente pero, poniéndolo entre comillas, como si se tratase de algo textual; dice que “habiéndole alcanzado la pluma para que firmase, no pudo ejecutarlo por tener el pulso débil, por lo cual rogó al ministro tesorero don Domingo de Agüero para que lo ejecutase por él”. Lamentablemente el más grande historiador del pasado regional se confundió. Este hecho no ocurrió en el acto del día 18, sino, al día siguiente, cuando a pedido del testador se dictó un primer codicilo.
Cúneo, seguramente ufano por el hallazgo, no se percató que, una foja detrás de esa escritura, existía otra escritura del mismo carácter. Se trataba de un codicilo. Este fue dictado, agonizante don Alberto, al día siguiente, 19 de setiembre, con el fin de aclarar algunas cláusulas del testamento que había ordenado el día anterior. Sin embargo, por la gravedad que atravesaba se debió interrumpir el acto. En esas circunstancias, como era lo usual, se pidió al testigo más reconocido del pueblo, para que lo suscribiese en su nombre. El elegido para la solemnidad de firmar, a nombre de Zela, no fue don Domingo de Agüero como lo sostiene Cúneo, sino, don Pedro Josef Gil de Herrera y Montes de Oca.
Esto se conoce esto porque, precisamente, el escribano Portales registró que, “en este estado poniéndole este instrumento en la mano para que lo firmase no pudo ejecutarlo como lo manifiesta la raya antecedente y rogó al Teniente de capitán don Pedro José Gil y Montes lo hiciera por él”.

LA FATAL DEMOSTRACIÓN DE UN ARMA

Aunque la forma trágica como murió don Alberto de Zela y Neyra, era un aporte exclusivo de Belisario Gómez, hasta la publicación de Gálvez, inclusive, la fecha de fallecimiento de era desconocida porque, según confiesa el referido autor, no existe “dato alguno en los archivos de Lima” limitándose a reproducir lo referido por Gómez y a manifestar que estas informaciones “no tienen comprobación alguna, y sólo puede afirmarse que don Alberto no dejó fortuna alguna en dinero y que su muerte ocurrió antes del año 1792”. Como más adelante se expondrá, existen otras fuentes sobre el accidente que terminó con la vida de don Alberto y de la fecha de su muerte.

Refería Gómez que don Alberto de Zela y Neyra murió “en Tacna de una manera casual. Estando de visita en casa del Cacique se suscitó entre los dos una ligera disputa, pretendiendo cada uno tener una escopeta de mejor calidad que la del otro, y para solucionarla mandó don Alberto trajeran de su casa la suya. El Cacique teniendo la certidumbre de que ésta estaba descargada, según lo aseguraba su dueño, la preparó y llevando la chanza adelante, apuntó a su amigo y en breve se oyó una detonación y las sombras de la muerte cubrieron para siempre los ojos de (don) Alberto”.
Creyendo que el arma estaba descargada el Cacique Toribio Ara disparó a don Alberto de Zela y Neyra, quien cayó mortalmente herido.

Mientras Gálvez, reproduce fielmente a Gómez en lo que corresponde al fatal accidente, Cúneo, que en su propósito de fijar la fecha, escribe que, don “Alberto murió trágicamente el 18 de setiembre de 1792, en las circunstancias referidas por José Belisario Gómez en su Coloniaje”, aunque con su extraordinario estilo, dramatiza el luctuoso suceso que terminó con la vida del laborioso balanzario. Relata Cúneo, como, oída la detonación don “Alberto se desplomó mortalmente herido (...) (y que, al momento) de expirar dictó sus últimas disposiciones a presencia del escribano público don Francisco Enrique Portales”. Seiner, con más prudencia, no señala el día del fallecimiento de don Alberto, concretándose a manifestar que en “setiembre de ese año encontró trágica muerte a manos del cacique de Tacna, don Toribio Ara, quien casualmente disparó su arma contra él”.


Lo cierto es que el referido Zela no testó poco antes de expirar ni al momento de ser herido, ni murió el mismo 18, día del accidente. Información localizada en el Archivo Nacional de Chile amplía el panorama.